miércoles, 5 de mayo de 2010

Nancy Boy

Siempre podías ver su silueta difuminarse por las sombras del barrio, insinuándose y coqueteando con cada ladrillo o cada trozo de asfalto. Era un lugar tranquilo, pero él siempre parecía alborotar todo, incluso a los pobres geranios sembradas en aquellas pocas macetas. Era un barrio obrero, para él era su barrio favorito porque siempre le hizo sentirse espiado. No vivía allí, pero daba cerca de su destino.

Fumaba en boquilla de color negro y sonreía perfilando sus labios pintados. Sus ropas eran oscuras con distintos toques de rosa o azul. Sus cabellos eran largos y negros; estos hacían que adquiriera el rostro una forma femenina, algo que ya de por sí poseía. Sus botas negras militares pisaban con coraje el mundo, pateaba latas y reía mientras sentía el sol calentar sus mejillas. Siempre podías verlo con su guitarra azul colgada a la espalda, siempre con esas ganas provocadoras ante cualquier hombre y mujer.

Nadie en el barrio se atrevía a darle un sexo definido. Muchos hablaban de perversión embutida en una pequeña estatura, otros que era un ángel venido a despertarlos con su música pegajosa y el resto simplemente guardaba silencio. Pero todos sabían que a las diez en punto bajaba la calle y subía por ella a eso de las dos de la mañana. Todos daban por hecho que se dedicaba a la música por pasión y no por dinero, muchas de sus camisetas parecían tener décadas.

Nos situamos en Londres. Un Londres multicultural que se dejaba aún guiar por quimeras de sonrisa pérfida. Un Londres que tenía a su propia sirena de tierra, un Londres polifacético que abrazaba a todos sus hijos con un misterio más profundo y oscuro de lo esperado.

Pasadas unas manzanas se hallaba un pub, un pub que incluso tenía sus puertas abiertas en la noche pese a la prohibición. Un local que sólo conocía los asiduos y que frente a todos era una tienda de comida sin más. Un lugar donde iban a escuchar su voz rompiendo el silencio encantador que poseía. Una voz que excitaba las neuronas de cualquier espectador.

-Buenas noches.-dijo sentándose en el taburete antes de colocar bien la guitarra. Sonrió observándolos a todos y rasgó sus cuerdas.-Mi nombre es Román... hoy interpretaré una de mis canciones favoritas, una de esas que emocionan y llegan a la mente de forma directa como una bala. Mi nombre no importa, pero deseo que lo recuerden por si algún día lo vuelven a escuchar en la radio, prensa y televisión aunque no sea por algo bueno, sino por mi propia muerte.-rió bajo como lo haría un chiquillo que comete una diablura.-La música es así, te ama y te da placer pero es de todos. Espero que esta noche les ame, les de lo mejor de ella, porque yo daré lo mejor de mí para trasmitirla.

Días más tarde lo encontraron en un callejón. Su ropa había sido desgarrada, su guitarra estaba a pocos metros rota en mil pedazos, su rostro estaba golpeado casi desfigurado por completo y su frágil cuerpo mostraba una paliza brutal. Murió de frío. A pesar de tantos golpes... sobrevivió para morir agonizando en aquella noche londinensa.

Su nombre saltó a las primeras portadas de los diarios con mayor tirada nacional e internacional. Las canciones que interpretaba se volvieron un éxito. El dueño del local se volvió rico de la noche a la mañana. Pues no tenía familia, era un chico de dieciséis años que se ganaba la vida componiendo para trasmitir su odio, su rabia y su amor. Uno más de tantos bohemios que sin familia creó a la suya que se componía de sus botas favoritas, su guitarra, sus cigarrillos y su voz.

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