Descendió para unirse a las almas que allí danzaban. Sus rostros estaban ocultos, sus sonrisas enmascaraban sus sentimientos reales y las emociones que silenciaban hasta el lamento en plena madrugada. Y la música que sonaba paró cuando ella llegó ante él. Sus ojos se clavaron y sonrieron, más para sí que para el contrario, mientras la danza continuaba con una nueva melodía que invitaba a moverse lentamente por la sala.
Él se inclinó en una leve reverencia y la invitó a aquel tímido vals, tras ofrecerle la rosa que llevaba entre sus enguatadas manos. Ella asintió con un leve movimiento de su cabeza, aceptando a la vez la rosa y el baile, y se dejó guiar. Hasta ese momento se había sentido inquieta, pero una extraña paz invadió su joven y fascinante cuerpo. Su figura era la más esbelta y hermosa, y de poder verse sus piernas seguro que serían las mejor torneadas. Una musa entre comunes mortales.
Aquellas ingeniosas palabras simplemente causaron que ella sonriera. Parecía un hombre extraño, en un lugar poco común, con una fiesta tumultuosa y ella simplemente era una joven con suerte. Había conseguido entrar con ropas y joyas prestadas de la mujer para cual servía, y que seguramente después de echarlas en falta terminaría en la calle completamente desahuciada. Si bien, tenía que entrar en aquel palacio, ver lo que siempre tuvo que contemplar en los sueños provocados por su desorbitada imaginación.
Entonces él la besó, sus labios rozaron al fin los de aquel hombre que por instantes se convirtió en su amante. Un príncipe en comparación con los hombres con los cuales convivía. Él sí era un ángel, un ángel que la llevó fuera y clavó sus incisivos.
A la mañana siguiente la encontraron muerta... pero con una inolvidable e imborrable... sonrisa en sus labios.
Él se inclinó en una leve reverencia y la invitó a aquel tímido vals, tras ofrecerle la rosa que llevaba entre sus enguatadas manos. Ella asintió con un leve movimiento de su cabeza, aceptando a la vez la rosa y el baile, y se dejó guiar. Hasta ese momento se había sentido inquieta, pero una extraña paz invadió su joven y fascinante cuerpo. Su figura era la más esbelta y hermosa, y de poder verse sus piernas seguro que serían las mejor torneadas. Una musa entre comunes mortales.
"Y era la hora indicada para que los ángeles descendieran. Sus cálidos labios estaban sellados en un silencio sobrecogedor. Sus miradas expresaban belleza y soledad, no así su cuerpo que se movía de forma jovial entre los humanos. Y danzaron, danzaron toda la noche hasta el alba, para regocijo de todos los que esperaban un milagro en un mundo revuelto y oscuro"
Aquellas ingeniosas palabras simplemente causaron que ella sonriera. Parecía un hombre extraño, en un lugar poco común, con una fiesta tumultuosa y ella simplemente era una joven con suerte. Había conseguido entrar con ropas y joyas prestadas de la mujer para cual servía, y que seguramente después de echarlas en falta terminaría en la calle completamente desahuciada. Si bien, tenía que entrar en aquel palacio, ver lo que siempre tuvo que contemplar en los sueños provocados por su desorbitada imaginación.
Entonces él la besó, sus labios rozaron al fin los de aquel hombre que por instantes se convirtió en su amante. Un príncipe en comparación con los hombres con los cuales convivía. Él sí era un ángel, un ángel que la llevó fuera y clavó sus incisivos.
A la mañana siguiente la encontraron muerta... pero con una inolvidable e imborrable... sonrisa en sus labios.
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