Había seguido a mi víctima durante más de un mes. Reía bajo cuando recordaba los consejos de mi madre, siempre me había dicho que no jugara con la comida y sin embargo ahí estaba siguiéndola. Me había sentido atraído por ella desde que la vi paseando por la playa, refrescaba sus pies cansados e hinchados por el caluroso clima. Desde entonces me dije que jugaría al gato y al ratón, cuando ella menos lo esperara clavaría mis dientes en ella y la dejaría seca.
Sin embargo, aquella noche me hizo seguirla y comprobar por mis propios ojos que la deseaba. Quería tenerla entre mis brazos y danzar junto a ella, bajo la lluvia que refrescaba el tórrido ambiente. En el aire estaba la fragancia de su sangre, del sudor mezclado con su perfume y la tierra mojada. Reía girando como una peonza, se veía persuasiva y excitante. Sus cabellos estaban pegados sobre su rostro y su cuello, completamente empapados como su vestido rojo de lino.
Yo me quedé extasiado. Mis cabellos negros cubrieron brevemente mis ojos, tenía una mirada lasciva y a la vez de hombre preocupado. Era la primera vez, después de tantas décadas, en la cual mi corazón pareció desbocarse por algo más que por la sangre. Era hermosa, siempre lo supe desde el primer vistazo, pero en esos momentos me pareció aún más tentadora.
Ella cantaba y giraba, giraba y giraba. Su voz melodiosa con acento extranjero, su piel clara y de apariencia suave, me atrapaban como si fuera una sirena. Mis pies caminaron hacia ella. Terminé tomándola de la mano, no se sorprendió, y simplemente rió bajo. Estaba algo ebria, su aliento con cierto toque a fruta fermentada lo confesó todo sin problemas.
-Hola guapo desconocido ¿bailas?-dijo antes de tropezar y caer contra mi pecho.
-¿Quieres bailar eternamente conmigo?-susurré cerca de su oído y ella comenzó a reir.
Sus brazos se pasaron sobre mis hombros, después de liberarse de sus zapatos. Descalza, empapada y risueña... la hice mía. Allí mismo, frente a cualquiera... mordí su cuello y la convertí en mi compañera.
Ahora, cuido su cuerpo esperando el primer anochecer...
Sin embargo, aquella noche me hizo seguirla y comprobar por mis propios ojos que la deseaba. Quería tenerla entre mis brazos y danzar junto a ella, bajo la lluvia que refrescaba el tórrido ambiente. En el aire estaba la fragancia de su sangre, del sudor mezclado con su perfume y la tierra mojada. Reía girando como una peonza, se veía persuasiva y excitante. Sus cabellos estaban pegados sobre su rostro y su cuello, completamente empapados como su vestido rojo de lino.
Yo me quedé extasiado. Mis cabellos negros cubrieron brevemente mis ojos, tenía una mirada lasciva y a la vez de hombre preocupado. Era la primera vez, después de tantas décadas, en la cual mi corazón pareció desbocarse por algo más que por la sangre. Era hermosa, siempre lo supe desde el primer vistazo, pero en esos momentos me pareció aún más tentadora.
Ella cantaba y giraba, giraba y giraba. Su voz melodiosa con acento extranjero, su piel clara y de apariencia suave, me atrapaban como si fuera una sirena. Mis pies caminaron hacia ella. Terminé tomándola de la mano, no se sorprendió, y simplemente rió bajo. Estaba algo ebria, su aliento con cierto toque a fruta fermentada lo confesó todo sin problemas.
-Hola guapo desconocido ¿bailas?-dijo antes de tropezar y caer contra mi pecho.
-¿Quieres bailar eternamente conmigo?-susurré cerca de su oído y ella comenzó a reir.
Sus brazos se pasaron sobre mis hombros, después de liberarse de sus zapatos. Descalza, empapada y risueña... la hice mía. Allí mismo, frente a cualquiera... mordí su cuello y la convertí en mi compañera.
Ahora, cuido su cuerpo esperando el primer anochecer...
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