sábado, 9 de julio de 2011

Segunda noche

Me encontraba sentado de espaldas a ella. Escribía una carta que jamás recibiría nadie, y que únicamente sería leída una y otra vez por mis ojos. Ella estaba tumbada en la cama, aún no despertaba. Llevaba un camisón blanco que prácticamente se confundía con el color de su piel. Aún tenía las mejillas levemente sonrojadas, como todo recién nacido tenía una sed incapaz de saciar y controlar.

Podía escuchar el murmullo bajo de su respiración, sentir el aroma de la muerte que la cobijaba y como la lluvia caía incesantemente de nuevo. El candelabro que iluminaba la tinta de mi carta estaba por apagarse, y la noche por entrar de una vez.

-¿Qué haces?-preguntó al despertarse de forma brusca.-Te he preguntado.

-Y yo he preferido guardar silencio.-respondí antes de abandonar la pluma en el tintero y encerrar la carta en un sobre lacrado.

-¿A quién escribes?-dijo antes de levantarse y caminar de forma sensual hacia donde me encontraba.

De nuevo mis labios permanecieron sellados, sobretodo cuando ella intentó averiguarlo rodeándome con sus brazos. Su perfume a rosas envueltas en muerte y pecado casi me hacen delirar, deseaba su cuerpo como una vez desee su alma. Si bien, ni convirtiéndola sería mía.

Tomé el sobre y lo aproximé a la llama moribunda del candelabro. Poco a poco el papel comenzó a quemarse, terminó consumiéndose en un pequeño platillo y ahí sólo quedaron cenizas. Ella se quedó expectante, contemplándome como si fuera un excéntrico. Tal vez esa era la imagen que podía percibirse de mí.

-¿Para qué haces todo eso? ¿eres un lunático? Genial, tengo a un lunático como maestro.-dijo cruzándose de brazos.

-Hay palabras que no deben ser pronunciadas, pero quizás sí escritas y leídas para recordarlas.-comenté.

Aquella noche conversamos sobre arte, literatura y lo extraños que éramos. Intentó en varias ocasiones descubrir qué había escrito, pero me mantuve en silencio. Había secretos que no debían ser rebelados si no eran a su debido tiempo.

No hay comentarios: