Me quedé en aquella fría esquina,
la del corazón roto y las almas solitarias.
Lo hice porque me cansé de buscarte,
no hallé nada, sólo calles vacías.
En este mundo pintado con acuarelas grises,
diluvian lágrimas de colores tenues.
Mariposas que danzan el vals de los cisnes,
son las almas aquí enjauladas.
Vivimos entre cementerios de hierros retorcidos,
salmos que no salvarán nuestras almas podridas.
Nacemos para vivir en sociedad y acabamos solitarios,
como si por la tristeza nuestras almas fueran bendecidas.
Me quedé aguardando mi oportunidad,
pero nunca llegó o pasó demasiado apurada.
Sus tacones de mujer no pisaron la ciudad,
y yo me fui al jardín de las delicias.
En este mundo donde vale tan caro soñar,
donde ya no es gratis siquiera cerrar los ojos.
Somos monstruos encerados en cajas musicales,
a pesar de ser soldaditos de plomos cojos.
Vivimos de ilusiones que se desvanecen al despertar,
como si no importara matarlas en la almohada.
Nenúfares nacidos en el desierto adornan el altar,
donde nuestras plegarias no se escuchan.
Caminé por las calles, avanzando entre cadáveres.
Todos miran sus relojes, sonríen fríamente y se esfuman.
Y al llegar al jardín te vi nacer entre claveles,
fresca, radiante, femenina y extraña.
Prisioneros de una milésima de segundo,
enamorados al instante en ese momento
y seducidos para y por siempre.
Besos cálidos en el amanecer sangrante,
felicidad melancólica del bohemio
y rezos del ángel de frágil piedra...
Yo te transformé en rosa,
te secuestré entre mis dedos
y besé tus pétalos...
la del corazón roto y las almas solitarias.
Lo hice porque me cansé de buscarte,
no hallé nada, sólo calles vacías.
En este mundo pintado con acuarelas grises,
diluvian lágrimas de colores tenues.
Mariposas que danzan el vals de los cisnes,
son las almas aquí enjauladas.
Vivimos entre cementerios de hierros retorcidos,
salmos que no salvarán nuestras almas podridas.
Nacemos para vivir en sociedad y acabamos solitarios,
como si por la tristeza nuestras almas fueran bendecidas.
Me quedé aguardando mi oportunidad,
pero nunca llegó o pasó demasiado apurada.
Sus tacones de mujer no pisaron la ciudad,
y yo me fui al jardín de las delicias.
En este mundo donde vale tan caro soñar,
donde ya no es gratis siquiera cerrar los ojos.
Somos monstruos encerados en cajas musicales,
a pesar de ser soldaditos de plomos cojos.
Vivimos de ilusiones que se desvanecen al despertar,
como si no importara matarlas en la almohada.
Nenúfares nacidos en el desierto adornan el altar,
donde nuestras plegarias no se escuchan.
Caminé por las calles, avanzando entre cadáveres.
Todos miran sus relojes, sonríen fríamente y se esfuman.
Y al llegar al jardín te vi nacer entre claveles,
fresca, radiante, femenina y extraña.
Prisioneros de una milésima de segundo,
enamorados al instante en ese momento
y seducidos para y por siempre.
Besos cálidos en el amanecer sangrante,
felicidad melancólica del bohemio
y rezos del ángel de frágil piedra...
Yo te transformé en rosa,
te secuestré entre mis dedos
y besé tus pétalos...
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