jueves, 22 de diciembre de 2011

Ecos de Guerra

El eco de la lluvia era como un murmullo sordo, un recuerdo de una canción de vals que no cesaba. La caja musical del mundo se abría y de ella surgieron los infiernos, en vez de una elegante bailarina vestida de blanco cual novia. Nos agitábamos entre llantos y oraciones, plegarias quizás para un destino que se tornaba cada vez más oscuro y rojo, oscuro por las sombras y rojo por nuestra sangre manchando la faz de la Tierra.

Los ángeles caían muertos, parecían copos de nieve envueltos en seda roja, deslizándose a gran velocidad hasta caer destrozados sobre el asfalto. Cientos de plumas lloraban su muerte, junto a las lágrimas de Dios. Un padre que sacrificaba todo lo amado, todo, por revelaciones impías de sus hijos. Sus cabellos dorados se volvían castaños, la luz de sus cuerpos se iba y quedaban fríos, casi azules, esperando ser recogidos con pena en brazos de otros que descendieron a las ascuas de los infiernos.

Por las calles corrían humanos de cualquier edad, raza, sexo o religión aferrados a la esperanza de vivir una pesadilla colectiva. Tras ellos los vampiros bebiendo de unos y de otros, como si no volvieran a conocer lo que es desgarrar un cuello. Los demonios se arrastraban expulsando sangre por la boca, algunos con medio cuerpo desgarrado por las armas de aquellos que fueron sus hermanos.

En los bosques las hadas, hechiceros y brujas se reunían intentando averiguar que ocurría. Nadie conocía de dónde venía ese poder tan inmenso, todos estuvieron de acuerdo que era Dios castigándonos por nuestros actos libres y estúpidos. Se sentaron sobre las rocas, comenzaron a orar por aquello que una vez poseyeron y esperaron el amanecer del “Séptimo Día”.

No muy lejos, como si se repitiera la historia de Cain y Abel, el arcángel San Rafael enterraba su espada en el vientre de su hermano San Gabriel, el cual escupió sangre y cayó de rodillas murmurando su nombre. La corneta no volvería a ser tocada, el hombre no la escucharía nuevamente. Las lágrimas del arcángel se unieron a la lluvia, mientras sus manos iban a su rostro tirando la espada de camino.

La vida, tal cual la conocíamos, ya no existía. Nos salvamos, pero ¿por qué tan alto precio?



En memoria de aquellos que cayeron,
para recuerdo de los supervivientes
y sentimiento legado a los herederos perdidos.

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