Entre las sombras, las cuales genero como si fuera un cuervo y estas mis plumas, me hallaba contemplando mi ataúd en llamas. Había sobrevivido una vez más. La eternidad seguía conmigo, mientras la herida de la estaca seguía supurando la sangre de mis víctimas. Mis manos, algo consumidas por el daño de las llamas y la sangre derramada, palpaban los gruesos muros de mi mansión.
Tardaría más de cien años en recuperarme de cada una de ellas, de soportar el encuentro de fiestas aristocráticas, y hundido en las tinieblas hallé nuestros, y asombrosos, planes para condenar a la humanidad a la peor plaga que puede existir... nosotros, los vampiros.
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