En los dulces aguaceros de tus amargas
lágrimas
creció la vida de este país perdido
de las Mil Maravillas.
El ocaso joven y pálido de tu piel,
sólo coloreado gracias a las amapolas
del sonrojo,
son el motivo de la felicidad en el
corazón del poeta.
Dulce ironía cuando tus ojos brillan
por escarcha de estrellas de primavera,
las ilusiones dulces e intensas que te
otorgan la vida,
y a la vez se dejan conmover con
ternura
por los ríos de tinta de un libro
olvidado.
Mis brazos están desdibujados, como
crayones arrojados al sol,
en la caprichosa y extraña realidad
donde tú caminas,
pero soy el viento en los senderos que
agita la nueva hojarasca.
Mi presencia permanece aunque jamás
haya estado,
se hará real algún día ofreciéndote
refugio en los días más fríos
de esta vida impía llena de pecados
para nada amargos.
Un día conseguiré mi mayor logro,
podré tintar tu rostro con el sonrojo
más intenso
y admirar tus ojos iluminados por un
poema viejo.
Brindaré contigo, como lo hice hoy,
lo haré con la calidez mística de tus
labios.
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