Silencio roto con las entrometidas
gotas de lluvia,
lágrimas de un ángel desolado en las
calles tenebrosas.
El cálido mundo que conocimos ha
muerto,
de sus cenizas surge su verdadero
rostro.
La inocencia juega con las flores
marchitas,
allá a lo lejos en el cerro del viejo
cementerio.
La luz del sol no penetra entre los
gases tóxicos,
y la sociedad adormecida sigue
respirándolos.
Gris insomnio en este ataúd que llamo
vida,
un apartamento minúsculo y una
estilográfica sin tinta.
Describo mi dolor en suspiros de lápiz
viejo,
mordido por mi ansia y cobardía
implícita.
Silencio roto en medio de un invierno
sin verano,
la primavera yace entre copos de polvo
y el otoño, donde todo muere, germina
en mi alma.
Y yo no lo deseo, sigo siendo el fuego
de las ascuas.
Pesimista ante el mundo, optimista ante
el cristal.
Allá a lo lejos puedo veros, la
silueta de guerreros
y el dulce sabor de la victoria en mis
labios yertos.
Mi alma algún día explotará con la
verdad.
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