Son las campanas las que suenan en la
lejanía, 
son las luces del alba lo que veo allá
a lo lejos... 
es mi cuerpo entre llamas la antorcha
más hermosa. 
¡Por favor! ¡Dios o Satanás calma mi
agonía!
Entre ascuas siempre estará mi alma, 
no hay porción de tierra santa para
los suicidas. 
No me quieren ni en el paraíso 
y menos me admiran en el infierno. 
Vagaré por la tierra, como mis
cenizas, 
y sentiré la fría escarcha caer 
aunque sea verano y el sol esté
despuntando...
el lamento del vampiro se seguirá
alzando. 
Francia, noche de luna llena y fuego. 
¡Sacrilegio! ¡Adiós infinito! Dolor
agudo.
¿Y dónde están las campanas de Notre
Dame?
¿Por qué no rezan por mi alma una vez
más? 
Y en el viejo emplazamiento del teatro,
donde ya nada queda, siquiera una
máscara de carnaval, 
se puede escuchar mi violín alzando. 
Seré el fantasma que alumbre tus
noches, París.  
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