No sentía dolor alguno, a pesar que mi cuerpo estaba bañado en sangre. Me sentía un mártir sin Dios al que acudir. Caminaba perdido y febril entre las calles de una ciudad desconocida. Los edificios parecían todos iguales, salvo por el color de los luminosos de los locales situados en su parte inferior. La suciedad de las aceras se hacía notar, al igual que el silencio helado de la madrugada.
Mis pulmones parecían fallar, no dar para más, mi aliento se agitaba al igual que mi corazón y mis piernas flaqueaban. Caí en medio de aquel lago negro de asfalto, un lago de lava con hedor a plástico y tubo de escape. Pegué las palmas de las manos al suelo, sentía que los infiernos tiraban de mí abrazándome y acogiéndome entre sus perpetuas llamaradas.
Aún tenía escalofríos por el frío metálico de aquella pistola en mi vientre. No sé como logré escapar. No tuve oportunidad para sacar mi arma, no pude mostrarla para tomar coraje y enfrentarme. No sé que demonios eran mis contrincantes. Y realmente no deseo saberlo. Tenían alas, parecían seres inmortales, y a la vez su aspecto era común. Di por hecho que fue un delirio, algo vertido en mi margarita.
Entonces ese sonido seco y rotundo. Un sonido que parecía un trueno, pero no llovía. Mi cuerpo cayó desplomado. El aroma a pólvora se extendió por la avenida. A lo lejos se podían escuchar pasos aproximándose a mí y entonces otro sonido seco, como si el aire gimiera de dolor. Luego el sonido de los neumáticos de un coche a toda velocidad, las sirenas, gritos, la emisora de un coche patrulla...
-Varón, treinta y pocos años, asiático, de un metro ochenta y algo. La causa de la muerte han sido dos tiros, uno en la espalda y otro en la nuca. Parece un ajuste de cuentas.
-Lástima, tenía buen gusto vistiendo... ¿es un Armani?
-Pues en la morgue no le servirá para nada.
Mis pulmones parecían fallar, no dar para más, mi aliento se agitaba al igual que mi corazón y mis piernas flaqueaban. Caí en medio de aquel lago negro de asfalto, un lago de lava con hedor a plástico y tubo de escape. Pegué las palmas de las manos al suelo, sentía que los infiernos tiraban de mí abrazándome y acogiéndome entre sus perpetuas llamaradas.
Aún tenía escalofríos por el frío metálico de aquella pistola en mi vientre. No sé como logré escapar. No tuve oportunidad para sacar mi arma, no pude mostrarla para tomar coraje y enfrentarme. No sé que demonios eran mis contrincantes. Y realmente no deseo saberlo. Tenían alas, parecían seres inmortales, y a la vez su aspecto era común. Di por hecho que fue un delirio, algo vertido en mi margarita.
Entonces ese sonido seco y rotundo. Un sonido que parecía un trueno, pero no llovía. Mi cuerpo cayó desplomado. El aroma a pólvora se extendió por la avenida. A lo lejos se podían escuchar pasos aproximándose a mí y entonces otro sonido seco, como si el aire gimiera de dolor. Luego el sonido de los neumáticos de un coche a toda velocidad, las sirenas, gritos, la emisora de un coche patrulla...
-Varón, treinta y pocos años, asiático, de un metro ochenta y algo. La causa de la muerte han sido dos tiros, uno en la espalda y otro en la nuca. Parece un ajuste de cuentas.
-Lástima, tenía buen gusto vistiendo... ¿es un Armani?
-Pues en la morgue no le servirá para nada.
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