La música sonaba incesantemente. Un jazz suave que envolvía el ambiente, un vals de sensaciones rítmicas que se mezclaba con el sonido de las cocteleras agitando las bebidas que se iban sirviendo. Sibaritas, y diablos con ropas de caballero, se posaban en la barra como moscas buscando una chica que valiera para una noche de sofocante pasión.
Había accedido al local y aún estaba parado en el inicio de la escalera, un tugurio con amplias medidas de seguridad y chicas lindas por las que pagar. Todas se hacían las estrechas, todas parecían haber salido de otra época para deleitar a sus clientes. Mucho carmín, perfume francés, y un vestido estrecho imitando vagamente a Hayworth.
Aquel local nocturno era el idóneo para dejar que las penas se ahogaran en un whisky barato, o abandonarlas en la entrada, dejándose llevar por el contoneo incesante de las chicas. Esclavas del sexo, de la noche, del placer oculto... libres para amarte, hechizar tu alma, vender su cuerpo y olvidarte. Sirenas de ciudad coronadas e iluminadas por las luces de neón.
Bajé lentamente las escaleras y me coloqué en la barra observando el ritual habitual. Me dejaba llevar por el narcótico aire que se introducía en mis pulmones, que me evadía. Dos hombres discutían por una de esas mujerzuelas, yo simplemente bebía un trago calmando así mis nervios.
Y en ese momento te vi bajar. Aquel vestido ceñido de color púrpura te quedaba demasiado bien. Me preguntaba porqué no te pude hallar en otro lugar, sino en un antro como ese. siempre te perseguía por la ciudad y te escapabas, finalmente te vi entrando aquí y supe que tenía que hallar el coraje suficiente para pagar por un rato a solas.
Fui hacia ti tomándote de la cintura, para mí no eras desconocida sino una amante incondicional a mis delirios. Tú me observaste sorprendida e intentaste alejarme, tenías un cliente esperándote y yo no podía esperar más. Besé sus labios aún con el riesgo de ser golpeado. A una dama no se la trata como mercancía, no se comporta uno de forma tan descarada, pero yo te deseaba desde hacía dos años.
-Es mi turno.-escuché a mis espaldas.-Él es mío, si quieres otra quimera búscala porque esta es mía.
Entonces comprendí. No eras mujer, sino hombre. Sin embargo, mi amor no se vio disminuido. Me había enamorado de un hombre que ejercía la profesión más vieja del mundo. Me había enamorado de alguien que jamás sería completamente mío. Tenía que compartir tus caricias, como así hice esa noche y las restantes.
Una noche extraña hubo un tiroteo. Alguien te pegó un tiro, uno de esos clientes. Decía haber sido engañado, porque al desnudarte había algo que te sobraba. Te disparó. Mató lo que más amaba. Esa noche maldita en la cual deseaba confesarte mis sentimientos. Esa noche mi vida quedó parada. Porque esa misma noche me volé la cabeza de un disparo. No sentí nada. Me hubiera dolido más ir a tu entierro.
Había accedido al local y aún estaba parado en el inicio de la escalera, un tugurio con amplias medidas de seguridad y chicas lindas por las que pagar. Todas se hacían las estrechas, todas parecían haber salido de otra época para deleitar a sus clientes. Mucho carmín, perfume francés, y un vestido estrecho imitando vagamente a Hayworth.
Aquel local nocturno era el idóneo para dejar que las penas se ahogaran en un whisky barato, o abandonarlas en la entrada, dejándose llevar por el contoneo incesante de las chicas. Esclavas del sexo, de la noche, del placer oculto... libres para amarte, hechizar tu alma, vender su cuerpo y olvidarte. Sirenas de ciudad coronadas e iluminadas por las luces de neón.
Bajé lentamente las escaleras y me coloqué en la barra observando el ritual habitual. Me dejaba llevar por el narcótico aire que se introducía en mis pulmones, que me evadía. Dos hombres discutían por una de esas mujerzuelas, yo simplemente bebía un trago calmando así mis nervios.
Y en ese momento te vi bajar. Aquel vestido ceñido de color púrpura te quedaba demasiado bien. Me preguntaba porqué no te pude hallar en otro lugar, sino en un antro como ese. siempre te perseguía por la ciudad y te escapabas, finalmente te vi entrando aquí y supe que tenía que hallar el coraje suficiente para pagar por un rato a solas.
Fui hacia ti tomándote de la cintura, para mí no eras desconocida sino una amante incondicional a mis delirios. Tú me observaste sorprendida e intentaste alejarme, tenías un cliente esperándote y yo no podía esperar más. Besé sus labios aún con el riesgo de ser golpeado. A una dama no se la trata como mercancía, no se comporta uno de forma tan descarada, pero yo te deseaba desde hacía dos años.
-Es mi turno.-escuché a mis espaldas.-Él es mío, si quieres otra quimera búscala porque esta es mía.
Entonces comprendí. No eras mujer, sino hombre. Sin embargo, mi amor no se vio disminuido. Me había enamorado de un hombre que ejercía la profesión más vieja del mundo. Me había enamorado de alguien que jamás sería completamente mío. Tenía que compartir tus caricias, como así hice esa noche y las restantes.
Una noche extraña hubo un tiroteo. Alguien te pegó un tiro, uno de esos clientes. Decía haber sido engañado, porque al desnudarte había algo que te sobraba. Te disparó. Mató lo que más amaba. Esa noche maldita en la cual deseaba confesarte mis sentimientos. Esa noche mi vida quedó parada. Porque esa misma noche me volé la cabeza de un disparo. No sentí nada. Me hubiera dolido más ir a tu entierro.
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