Seguía de pie hasta que cayó llorando. Su sable se abrió paso en los terrones húmedos de aquella tierra, empapada con una ingente cantidad de sangre de mil inocentes. Habían mutilado a sus hombres, y sus hombres habían mutilado a otros. Sus madres llorarían la perdida temprana de sus hijos, sus mujeres se ahogarían en la angustia de saberse viudas y sus hijos los ensalzarían como héroes o villanos. Él era el último. El último guerrero que quedaba en pie en aquel paraje boscoso y perdido de la mano de dios.
Alzó su rostro hacia el cielo, a penas podía vislumbrar el cielo azul apaciguado de cualquier nube. Notaba como la primavera había llegado y se preguntó si aún le esperaban en aquel campo de flores de Sakura. El campo de su tierra natal, un gran bosque, donde se tenía por tradición celebrar la venida de la renovación del mundo.
Gimió temblando a causa del dolor, recordando sus promesas vacías y en ese momento carentes de cualquier sentido. Se agazapó en la tierra llorando como un niño, repitiendo como una oración aquellas frases. Las palabras que quedaron desvencijadas y cubiertas de polvo, como los pergaminos de un viejo maestro de cuando era tan sólo un simple alumno.
-Tantas mentiras acumuladas a mis espaldas.-susurró.-Deberían arrancarme la lengua.
-¿Y quién conversará conmigo a la sombra de los cerezos?-dijo una voz a lo lejos, una voz que hizo que alzara su rostro para poder comprobar que no soñaba.-¿Quién susurrará a mi oído que su honor es su mayor riqueza?
-No lo comprendes.-respondió con dolor, ya no en sus extremidades destrozadas sino en su alma.
-¿Has perdido tu honor?-preguntó parándose frente a él.
-He perdido todo. Mis promesas se esfumaron por completo.-dijo intentándose levantar, pero su acompañante lo tomó de los hombros evitándolo.
-Hiciste promesas imposibles de cumplir.-murmuró con cierta dulzura en sus labios y en su voz.
-Un hombre de honor no hace eso.
-Entonces sólo te queda reunirte conmigo.-susurró desvaneciéndose.
Alzó su katana y la enterró en su vientre atravesándose. Deseó suicidarse, suicidarse de forma honorable. Si ellos no podían volver, él tampoco lo haría. Recordó durante unos instantes aquel árbol y a su amante. Ambos sentados bajo aquellos enormes cerezos, besándose a hurtadillas y sintiendo el placer carnal que tanto les ataba y liberaba. Él murió en verano, murió a manos de su esposa. Ella le esperaba, pero él no deseaba regresar. Se había planteado morir el primero y hacer que sus hombres regresaran. Si bien su orgullo se lo impidió, un orgullo que cegó su promesa cargada de honor.
Y dicen que allí, de entre la sangre, surgió un cerezo cuyas flores son rojas y no rosadas. Un cerezo que parece susurrar al aire las únicas palabras que sus labios jamás pronunciaron “Ai Shiteru”
Alzó su rostro hacia el cielo, a penas podía vislumbrar el cielo azul apaciguado de cualquier nube. Notaba como la primavera había llegado y se preguntó si aún le esperaban en aquel campo de flores de Sakura. El campo de su tierra natal, un gran bosque, donde se tenía por tradición celebrar la venida de la renovación del mundo.
Gimió temblando a causa del dolor, recordando sus promesas vacías y en ese momento carentes de cualquier sentido. Se agazapó en la tierra llorando como un niño, repitiendo como una oración aquellas frases. Las palabras que quedaron desvencijadas y cubiertas de polvo, como los pergaminos de un viejo maestro de cuando era tan sólo un simple alumno.
-Tantas mentiras acumuladas a mis espaldas.-susurró.-Deberían arrancarme la lengua.
-¿Y quién conversará conmigo a la sombra de los cerezos?-dijo una voz a lo lejos, una voz que hizo que alzara su rostro para poder comprobar que no soñaba.-¿Quién susurrará a mi oído que su honor es su mayor riqueza?
-No lo comprendes.-respondió con dolor, ya no en sus extremidades destrozadas sino en su alma.
-¿Has perdido tu honor?-preguntó parándose frente a él.
-He perdido todo. Mis promesas se esfumaron por completo.-dijo intentándose levantar, pero su acompañante lo tomó de los hombros evitándolo.
-Hiciste promesas imposibles de cumplir.-murmuró con cierta dulzura en sus labios y en su voz.
-Un hombre de honor no hace eso.
-Entonces sólo te queda reunirte conmigo.-susurró desvaneciéndose.
Alzó su katana y la enterró en su vientre atravesándose. Deseó suicidarse, suicidarse de forma honorable. Si ellos no podían volver, él tampoco lo haría. Recordó durante unos instantes aquel árbol y a su amante. Ambos sentados bajo aquellos enormes cerezos, besándose a hurtadillas y sintiendo el placer carnal que tanto les ataba y liberaba. Él murió en verano, murió a manos de su esposa. Ella le esperaba, pero él no deseaba regresar. Se había planteado morir el primero y hacer que sus hombres regresaran. Si bien su orgullo se lo impidió, un orgullo que cegó su promesa cargada de honor.
Y dicen que allí, de entre la sangre, surgió un cerezo cuyas flores son rojas y no rosadas. Un cerezo que parece susurrar al aire las únicas palabras que sus labios jamás pronunciaron “Ai Shiteru”
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