jueves, 27 de mayo de 2010

Absenta

Mil pájaros de colores se posaron frente a mí, se quejaban de mi melancolía y de la falta de estima hacia mi arte. A un lado de la habitación más de cien manchas de pintura rogaban ser desnudadas sobre el lienzo que aún permanecía virgen. Estaba cargado de pureza, como si se tratara de la mismísima revelación de la Virgen María. Mil salmos oía en mi cabeza al observarlo, mil salmos que se convertían en rugidos de fieras indomesticables. Miré hacia el techo buscando la pantera, el tigre y los lobos, pero no hallé nada... tan sólo una sonrisa descarada sin rostro ni cuerpo.

Me posé frente al lienzo y tomé el pincel, me hablaba sobre filosofía y engaños. Yo simplemente vomité el placer de mis sentidos sobre el cuadro, un arcoíris multitudinario que clamaba libertad. Después simplemente estallé en carcajadas, di patadas y golpes contra los viejos tablones de la casa.

Por unos segundos todo se disipó y sólo se dejaba escuchar el cálido y melancólico sonido del jazz. Lloraba el saxofón junto a una guitarra, ambos pedían clemencia y desenfreno para sus almas. Alcé una de mis manos hacia el techo, quería rozarlo levemente con las yemas de mis dedos... como si fuera un loco intentando alcanzar la luna o tapar el sol con un dedo. Reí bajo girándome y dejando mi rostro ardiente pegado al suelo. El eco de las melodías hacía vibrar aquel parquet destrozado, manchado por la pintura y aguarrás.

Gateé entonces como si fuera un niño, igual que un pequeño que busca a su madre, intentando hallar la clave magnífica de todo este asunto. Tomé un papel y comencé a escribir con mi pluma el placer inigualable de la absenta.

Y así, ebrio de ajenjo, caí desplomado escuchando la voz de los ángeles en mi sesera... destrozando mis cuerdas vocales en cánticos profanos y finalmente estallando de nuevo en carcajadas.

… oh la absenta... bebida de locos y apasionados...

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