lunes, 24 de mayo de 2010

Mar

Brama el mar golpeando sus aguas contra los peñiscos que sobresalían. El paseo marítimo estaba prácticamente desierto. La tormenta no arreciaba, sino que se intensificaba como si estuviera en pleno éxtasis místico. Los fuertes vientos hacían temblar como débiles hojas a las altas palmeras y árboles cercanos a la costa. La arena había desaparecido y únicamente había agua, agua y más agua. Un desierto acuático que parecía desear engullir la tierra como si fuera un monstruo marino insaciable.

En el aire había un aroma a tierra mojada y sal, el perfume perfecto en la piel de un marinero. Estos miraban atónitos desde sus casas, o las tabernas, como todo se iba a pique. A lo lejos podía verse las barquillas rotas de pescadores humildes. Barquillas que habían dejado atadas al puerto y ahora eran sólo tablones. Las ilusiones de un pueblo llevadas al fondo del mar, como parte de su cultura y su legado.

Poco a poco se va serenando, lentamente el murmullo del pueblo vence al del mar. Como si fuera un cuento de hadas, como si la princesa despertara, el pueblo surge de entre sus casas para arreglar las barcas y botes de pesca. Las pocas que se recuperan se reparan, las otras se vuelven a hacer con esfuerzo. Las mujeres tejen nuevas redes y aparejos, los hombres comienzan a martillear y serrar nuevos tablones.

Siempre ha sido así.
Siempre en este lugar anclado en las orillas del fin del mundo.
Siempre ha sido así.
Siempre en este lugar alejado de la mano de dios.

-¿No te has pasado un tanto hermano?-pregunta una vez desde las nubes.

-Zeus, yo sé bien como fortalecer al hombre.-murmuro replegándome de nuevo hacia las profundidades del mar, donde yazco con una sonrisa esperando una nueva tormenta.

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