domingo, 9 de mayo de 2010

Baile

Bailábamos y bebíamos obviando la muerte que se cernía a nuestro alrededor. El reloj marcaba las doce, hora mágica donde los hechizos dejan de tener efecto. Tú seguías tomándome de los hombros, me hacías feliz al ver tu sonrisa. Eras magia, tú si eras magia. Tu magia era mejor que cualquier otra, cualquier otra que poseyera hechiceros o brujas de negro corazón.

Gozábamos de la música y de las máscaras que nos permitían ser nosotros mismos. Tus ojos eran tan hermosos, tan llenos de vida, que me cautivaban. Tu sonrisa era demasiado dulce y risueña. Me sentía afortunado, como si los dioses me hubieran elegido, porque tus suaves manos acariciaban mi nuca mientras me rodeabas con tus brazos.

Deseaba besarte, deseaba quitarte la máscara. Sin embargo, sabía que el encanto se rompería. La música cesó y paramos para aplaudir mirando a la banda, al girarme ya no estabas. Sólo fueron unos segundos. Te fuiste. Me quedé con las ganas de descubrir tu rostro y besarte, me quedé con el deseo.

Me enamoré de una desconocida. Ni siquiera sé si eras realmente una mujer. Me enamoré de una mirada y una sonrisa. Te fuiste a las doce. Parecía todo un cuento de hadas. Pero tú no dejaste zapato de cristal, ni los cuentos de hadas son ciertos.

Me enamoré de un sueño.

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