martes, 11 de mayo de 2010

La batalla I

Sonaba el redoble de tambores, se escuchaba bramar en el aire el coraje de los guerreros y sus armaduras chirriaban al golpe de las espadas enemigas. Los caballos de la tropa de caballería relinchaban y hacían sonar los cascos sobre la tierra seca del Sur del País. Eran tiempos de gloria, tiempos en los que los hombres besaban el estandarte de su rey y juraban lealtad. La sangre daba de beber a la tierra agrietada, los cuerpos de los caballeros caían expirando su último sus piro. La muerte danzaba con ritmo tentador, al son de los tambores y golpes de espadas. El combate final comenzaba, la guerra aún seguiría durante meses.

Las estrellas brillaban en la noche. La lucha se hacía imposible de frenar. Los hijos de la tierra se mataban por ella, por una frontera imaginaria. La Batalla de Al-Uqab hacía correr ríos de sangre hacia las aguas subterráneas de aquellas colinas escarpadas, zonas desérticas combinadas con valles frondosos. Caían hombres de sus monturas, de un bando y otro. Los arqueros apuntaban certeramente manchando las ropas blancas de los hijos del Islam.

-¡En el nombre de Dios!-gritó un guerrero joven corriendo a pie hacia un enemigo. Un muchacho de ojos verdes y tez manchada con pecas. Un niño que siempre soñó dejar de ser escudero, para servir fielmente a su señor y este a su rey.

-¡Que Allāh me guarde sitio en el paraíso!-exclamó chocando sus espadas. Su enemigo era de tez dorada por el sol, sus labios guardaban con desesperación el último beso que dio a la piel de su amada madre cuando se iba en marcha de proteger la tierra que le vio nacer.

Un golpe, otro y el último sus espadas se enterraron en sus pechos desnudos. Ambos cayeron de rodillas a la vez, se miraron a los ojos y se dieron cuenta que no eran tan distintos. No tenían más de veinte años, sus madres les esperaban rezando por sus almas y rogando que volvieran sanos y salvos. El hechizo se rompió, los hilos de la vida se desgarraron, y la muerte sonrió brincando junto a ellos.

Mientras tanto un noble corría lejos de la batalla, lo hacía junto a otro supuesto guerrero. Ambos a lomos de un caballo negro como la noche, como sus ropas. Cabalgaban lejos de la masacre, de la zona conocida actualmente como Despeñaperros. Lejos del límite de lo que ahora es Andalucía y el resto de la península Española.

-No temas.-susurró el jinete.-No llores.-murmuró.-Jamás dejaré que te lleven lejos de mí.

-Carlos.-dijo su acompañante, su voz era femenina y su rostro parecía el de una diosa de lejanas tierras.

Sangre noble árabe y cristiana, sangre que se mezclaría, sangre que mostraría un nuevo renacer... en la batalla... la gran batalla... la batalla donde la reconquista se hizo más rápida e inevitable...

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