Siempre pensé que eras una maravillosa creación, un edén salvaje que se expandía ante mi vista. La fragancia de jazmines que envolvía tu piel me hacía yacer en felicidad, que creía eterna y no fugaz. Me aferraba a ti con la desesperación de un ciego que quiere ver, de un sediento al último trago de agua en el desierto. Había caído en la dependencia más cruel, aquella en la cual los enamoramos nos ahogamos hasta quedar asfixiados por la felicidad de poseer al ser amado.
Jamás pensé que fueras tan frágil. Nunca deseé mostrarte el monstruo que era, y que aún soy. Permanecías a mi lado rodeándome con tus cálidos abrazos. Tu sonrisa era la ventana a un mágico mundo donde todo era posible y la realidad era sólo un mal sueño. Nunca quise imaginar la crueldad del destino, un destino tan impasible como su aliada la muerte.
Hoy te regalé mi último beso. Tus labios ya no son ardientes, sino fríos. Tus ojos están cerrados y por segundos creo que aún duermes. Siento el sabor amargo de la despedida y la angustia de mi alma que ruega que me precipite a los confines del mundo. Yo te hice eso. Te llevé a la muerte. Todo por una imprudencia, por una locura que me hizo destrozarte.
Mis incisivos aún están marcados en tu cuello, tu sangre alimenta mis venas y hoy renazco gracias a tu vida. Yo sólo quería tenerte por siempre, como esos cuentos de hadas que tanto te apasionaban. No podía prever que fueras tan frágil, tanto. Eras un hermoso edén y ahora tan sólo una rosa marchita que adorna tu lecho.
Tenía razón mi maestro... los terribles dioses de la noche estamos malditos.
Jamás pensé que fueras tan frágil. Nunca deseé mostrarte el monstruo que era, y que aún soy. Permanecías a mi lado rodeándome con tus cálidos abrazos. Tu sonrisa era la ventana a un mágico mundo donde todo era posible y la realidad era sólo un mal sueño. Nunca quise imaginar la crueldad del destino, un destino tan impasible como su aliada la muerte.
Hoy te regalé mi último beso. Tus labios ya no son ardientes, sino fríos. Tus ojos están cerrados y por segundos creo que aún duermes. Siento el sabor amargo de la despedida y la angustia de mi alma que ruega que me precipite a los confines del mundo. Yo te hice eso. Te llevé a la muerte. Todo por una imprudencia, por una locura que me hizo destrozarte.
Mis incisivos aún están marcados en tu cuello, tu sangre alimenta mis venas y hoy renazco gracias a tu vida. Yo sólo quería tenerte por siempre, como esos cuentos de hadas que tanto te apasionaban. No podía prever que fueras tan frágil, tanto. Eras un hermoso edén y ahora tan sólo una rosa marchita que adorna tu lecho.
Tenía razón mi maestro... los terribles dioses de la noche estamos malditos.
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