Escuchen Autopista al infierno mientras leen el texto:
Corría de forma desesperada por aquella carretera. Nada más tenía una camisa blanca bastante sucia y unos jeans desgastados y algo raídos. Sus cabellos rubios y rizados caían sobre sus ojos, una melena que parecía la de un dios griego o la de un ángel. Tenía un maletín consigo, lo pegaba contra su pecho mientras sus pies descalzos sentía el fuego de la lengua de asfalto. Y corría, no se detenía ni un instante para mirar atrás. Su rostro estaba desencajado, como si hubiera visto al propio demonio danzar frente a él a ritmo de rock and roll.
Yo conducía por aquella autopista, de camino al infierno de mi perdición. Una botella de whisky vacía en el asiento del copiloto era mi única compañía, junto a un mapa de carreteras que robé de la última gasolinera. Me crucé con él, con su desesperación y sus alaridos que parecían ser un ruego a Dios... pero Dios parecía no apiadarse de él, pero yo sí.
-¿Por qué tanta prisa amigo?-pregunté dejando que abriera con nerviosismo la puerta de mi cadillac.
-¡Sólo sácame de aquí! ¡No quiero que él de conmigo! ¡Sácame de aquí! ¡Te daré todo lo que quieras!-dijo aferrándose a mi brazo derecho, zarandeándome con violencia.
-¡Está bien!-exclamé comenzando a conducir.
Durante unos cincuenta kilómetros estuvimos en silencio, él parecía recuperar el aliento y la serenidad. Cuando estuvo sosegado le dije que quería a cambio de salvarle.
-¿Qué es lo que deseas?-preguntó.-Tengo más de diez mil dólares en esta maleta, será todo tuyo.-dijo abriéndolo para mostrármelo dando fe de su verdad.
-Quiero tu alma.
Y es que por más que huyas del demonio, de tus mentiras, de la crueldad, de la violencia, de tus miedos. Por más que huyas, si no los enfrentas seguirán atormentándote y regresarán a ti... y tú seguirás igual de perdido y débil, entonces perderás como has perdido siempre y sentirás un hondo vacío en tu alma.
Bienvenidos a la autopista al infierno.
Corría de forma desesperada por aquella carretera. Nada más tenía una camisa blanca bastante sucia y unos jeans desgastados y algo raídos. Sus cabellos rubios y rizados caían sobre sus ojos, una melena que parecía la de un dios griego o la de un ángel. Tenía un maletín consigo, lo pegaba contra su pecho mientras sus pies descalzos sentía el fuego de la lengua de asfalto. Y corría, no se detenía ni un instante para mirar atrás. Su rostro estaba desencajado, como si hubiera visto al propio demonio danzar frente a él a ritmo de rock and roll.
Yo conducía por aquella autopista, de camino al infierno de mi perdición. Una botella de whisky vacía en el asiento del copiloto era mi única compañía, junto a un mapa de carreteras que robé de la última gasolinera. Me crucé con él, con su desesperación y sus alaridos que parecían ser un ruego a Dios... pero Dios parecía no apiadarse de él, pero yo sí.
-¿Por qué tanta prisa amigo?-pregunté dejando que abriera con nerviosismo la puerta de mi cadillac.
-¡Sólo sácame de aquí! ¡No quiero que él de conmigo! ¡Sácame de aquí! ¡Te daré todo lo que quieras!-dijo aferrándose a mi brazo derecho, zarandeándome con violencia.
-¡Está bien!-exclamé comenzando a conducir.
Durante unos cincuenta kilómetros estuvimos en silencio, él parecía recuperar el aliento y la serenidad. Cuando estuvo sosegado le dije que quería a cambio de salvarle.
-¿Qué es lo que deseas?-preguntó.-Tengo más de diez mil dólares en esta maleta, será todo tuyo.-dijo abriéndolo para mostrármelo dando fe de su verdad.
-Quiero tu alma.
Y es que por más que huyas del demonio, de tus mentiras, de la crueldad, de la violencia, de tus miedos. Por más que huyas, si no los enfrentas seguirán atormentándote y regresarán a ti... y tú seguirás igual de perdido y débil, entonces perderás como has perdido siempre y sentirás un hondo vacío en tu alma.
Bienvenidos a la autopista al infierno.
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