Frente al mar con un cigarrillo entre mis labios, los ojos puestos en la puesta de sol espectacular y la mente revuelta. Odié siempre a los indecisos, por eso siempre me mantuve firme en mis decisiones aunque fueran equivocadas. No iba a retroceder, mi orgullo no me lo permitía. Podía ser, y soy, un hombre lleno de defectos, pero no un cobarde frente al fracaso puesto que incluso las derrotas podían ser contadas como victorias. Nunca se pierde, siempre se tiene algo que ganar.
-¿Y qué? ¿Llegó la hora de abandonar la etapa de gusano insensible y egoísta?-dije con el cigarro bailando por mis labios, para después darle una buena calada inundando mis pulmones con ese vicio que me envenenaba, como ella.-Sería un alto precio.
Me levanté de la arena y tomé mi maleta, caminé hacia la pasarela por la cual había descendido minutos atrás. Mis zapatos italianos se estaban llenando de arena, pero no importaba. Creo que en ese momento nada importaba. Había tomado mi decisión.
Yo amaba de una forma especial, igual que todos aman a su forma, y si ella no lograba comprenderlo no iba a ser yo quien le explicara nada. Así que lo único que hice fue volver al aeropuerto, no me quedaría en el hotel ni un minuto. Había sido un gasto mal invertido. No iría a suplicarle a su puerta que me amara, ni lloraría bajo su ventana porque volviera a mi vida. La amaba, eso bastaba, y si algún día lograba darse por enterada allí estaría yo para recibirla.
Los años pasaron. Conocí a muchas mujeres, pero ninguna como ella. Estuve en las camas de las mujeres de otros, entre las piernas de las hijas de cientos de hombres, y me reí en la cara de toda palabrería romántica. Creí que ese sentimiento lo había ocultado bien, bajo capas de cemento y olvido. Me sentía firme, muy seguro de mí y de mis aptitudes. Pero todo se derrumbó en una reunión de antiguos estudiantes.
Diez años. Habían pasado diez largos años. Yo seguía prácticamente igual, vestía la ropa de moda y las gafas más caras. Me había convertido en una de las estrellas del rock del país y también era conocido internacionalmente. Parecía que era la noche perfecta para demostrarme que no me importaba, pero me importó. Ella parecía mucho más elegante que en años atrás, lucía hermosamente su embarazo y también a su esposo. Todo lo que había vivido era una falsa, porque algo en mí se quebró. Teníamos treinta años, ya no éramos niños de viente años esperando una oportunidad en la vida. Yo la había tenido y la dejé escapar, pero no me arrepentí porque ese día gané una lección que jamás olvidaré.
Cuando llegué al hotel no eché a la chica que me esperaba en la cama, hice el sexo más desesperado y luego bebí una botella de vodka de un solo trago. Después alcoholizado y satisfecho escribí una canción, una canción que parecía una carta desesperada a las oportunidades perdidas. Nunca admití que había caído en la trampa de algo romántico, todos lo vieron como rabia y violencia contra uno mismo.
Días después del éxito, de los cientos de millones de copias de ese sencillo ella me llamó. Su voz era quebradiza, lloraba y únicamente pidió perdón. No había sabido comprenderme, así como seguir amándome tras diez largos años. Yo no contesté, no dije ni una palabra. Horas después encontrarían mi cuerpo tirado en la cama con un tiro en la nuca. Todos pensaron que fui víctima de mis emociones, y no de un hombre que se sentía víctima de una infidelidad. Puede decirse que fue el crimen perfecto.
-¿Y qué? ¿Llegó la hora de abandonar la etapa de gusano insensible y egoísta?-dije con el cigarro bailando por mis labios, para después darle una buena calada inundando mis pulmones con ese vicio que me envenenaba, como ella.-Sería un alto precio.
Me levanté de la arena y tomé mi maleta, caminé hacia la pasarela por la cual había descendido minutos atrás. Mis zapatos italianos se estaban llenando de arena, pero no importaba. Creo que en ese momento nada importaba. Había tomado mi decisión.
Yo amaba de una forma especial, igual que todos aman a su forma, y si ella no lograba comprenderlo no iba a ser yo quien le explicara nada. Así que lo único que hice fue volver al aeropuerto, no me quedaría en el hotel ni un minuto. Había sido un gasto mal invertido. No iría a suplicarle a su puerta que me amara, ni lloraría bajo su ventana porque volviera a mi vida. La amaba, eso bastaba, y si algún día lograba darse por enterada allí estaría yo para recibirla.
Los años pasaron. Conocí a muchas mujeres, pero ninguna como ella. Estuve en las camas de las mujeres de otros, entre las piernas de las hijas de cientos de hombres, y me reí en la cara de toda palabrería romántica. Creí que ese sentimiento lo había ocultado bien, bajo capas de cemento y olvido. Me sentía firme, muy seguro de mí y de mis aptitudes. Pero todo se derrumbó en una reunión de antiguos estudiantes.
Diez años. Habían pasado diez largos años. Yo seguía prácticamente igual, vestía la ropa de moda y las gafas más caras. Me había convertido en una de las estrellas del rock del país y también era conocido internacionalmente. Parecía que era la noche perfecta para demostrarme que no me importaba, pero me importó. Ella parecía mucho más elegante que en años atrás, lucía hermosamente su embarazo y también a su esposo. Todo lo que había vivido era una falsa, porque algo en mí se quebró. Teníamos treinta años, ya no éramos niños de viente años esperando una oportunidad en la vida. Yo la había tenido y la dejé escapar, pero no me arrepentí porque ese día gané una lección que jamás olvidaré.
Cuando llegué al hotel no eché a la chica que me esperaba en la cama, hice el sexo más desesperado y luego bebí una botella de vodka de un solo trago. Después alcoholizado y satisfecho escribí una canción, una canción que parecía una carta desesperada a las oportunidades perdidas. Nunca admití que había caído en la trampa de algo romántico, todos lo vieron como rabia y violencia contra uno mismo.
Días después del éxito, de los cientos de millones de copias de ese sencillo ella me llamó. Su voz era quebradiza, lloraba y únicamente pidió perdón. No había sabido comprenderme, así como seguir amándome tras diez largos años. Yo no contesté, no dije ni una palabra. Horas después encontrarían mi cuerpo tirado en la cama con un tiro en la nuca. Todos pensaron que fui víctima de mis emociones, y no de un hombre que se sentía víctima de una infidelidad. Puede decirse que fue el crimen perfecto.
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