Mis dedos se deslizaban elegantemente y con cuidado, los dedos de un pianista que se reencontraba con su pasión. La música bailaba por los rincones de aquella amplia y luminosa estancia. Mi alma volvía a encontrarse con lo único que la sosegaba, que le decía tranquilízate y lo hacía. La leve brisa que penetraba por las amplias cristaleras refrescaba mi frente sudorosa. El verano ya era un hecho, el verano ya aparecía antojadizo de calor y pasiones.
Ella, ella estaba allí. Ella desnuda para mí, porque ella era mi musa. Se desnudaba sin quitarse una prenda, tan sólo con una mirada lo decía todo y también seducía. Había caído en sus hechizos, era preso del placer y la lujuria por culpa de sus ojos. Mi medusa, la medusa que me volvió hombre en vez de piedra.
Estaba enamorado, enamorado hasta la última célula de mi cuerpo. Y yací allí, cubierto por la felicidad y por el veneno de la copa de champagne. Ella me mató, me mató tras complacerme como una mantis... lo que era realmente.
Ella, ella estaba allí. Ella desnuda para mí, porque ella era mi musa. Se desnudaba sin quitarse una prenda, tan sólo con una mirada lo decía todo y también seducía. Había caído en sus hechizos, era preso del placer y la lujuria por culpa de sus ojos. Mi medusa, la medusa que me volvió hombre en vez de piedra.
Estaba enamorado, enamorado hasta la última célula de mi cuerpo. Y yací allí, cubierto por la felicidad y por el veneno de la copa de champagne. Ella me mató, me mató tras complacerme como una mantis... lo que era realmente.
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