viernes, 9 de julio de 2010

Mantis

Mis dedos se deslizaban elegantemente y con cuidado, los dedos de un pianista que se reencontraba con su pasión. La música bailaba por los rincones de aquella amplia y luminosa estancia. Mi alma volvía a encontrarse con lo único que la sosegaba, que le decía tranquilízate y lo hacía. La leve brisa que penetraba por las amplias cristaleras refrescaba mi frente sudorosa. El verano ya era un hecho, el verano ya aparecía antojadizo de calor y pasiones.

Ella, ella estaba allí. Ella desnuda para mí, porque ella era mi musa. Se desnudaba sin quitarse una prenda, tan sólo con una mirada lo decía todo y también seducía. Había caído en sus hechizos, era preso del placer y la lujuria por culpa de sus ojos. Mi medusa, la medusa que me volvió hombre en vez de piedra.

Estaba enamorado, enamorado hasta la última célula de mi cuerpo. Y yací allí, cubierto por la felicidad y por el veneno de la copa de champagne. Ella me mató, me mató tras complacerme como una mantis... lo que era realmente.

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