“Conozco el sabor de la muerte, el frío de las espadas, el clamor de la lucha y las ansias de eternidad. Lo épico, lo mágico y la locura se funden en leyendas que en ocasiones perduran hasta nuestros días. Vivir en un duelo eterno con la inmortalidad, con la muerte y con la vida, te hacía ser un hombre.
-Reconozco a un guerrero cuando lo veo.-dijo en un tono frío, severo y casi de desprecio.-Y tú no vales ni como hembra.
Era débil, no podía ni empuñar una espada. Tenía diez años. A esa edad uno tenía que convertirse en un hombre. Hoy en día no es así en las ciudades desarrolladas, aunque depende mucho del círculo en el que se muevan.
-Padre.-balbuceé cayendo de rodillas prácticamente llorando, mis manos estaban ensangrentadas y adoloridas.-No puedo más, no puedo más.
-¿Y qué será de ti cuando tengas que luchar por mi honor?-interrogó desafiante, tal vez buscando la garra que ocultaba tras mis ojos a punto del llanto.
-¿Y por qué debo luchar yo por su honor?-esa respuesta la pagué cara.
Me golpeó en el rostro y uno tras otro fueron cayendo los golpes sobre mi cuerpo. No recuerdo bien cuando paró, sí cuando desperté tres días más tardes aquejado de fiebres. Él se había marchado al frente y yo estaba siendo atendido por mi madre.
-¿Rosas?-pregunté al ver el jarrón de mi habitación, rosas rojas que parecían estar manchadas con mi propia sangre.
-¿Te gustan?-dijo apartando mis cabellos del rostro.-¿Te gustan mi ángel?
Él se había marchado a la guerra, al frente para luchar contra los infieles. Yo quedé a cargo de mi madre, tendría que convertirme en un valeroso guerrero. Sin embargo, el piano se interpuso entre la espada y el sudor. La dulce melodía del piano me hizo sentir vivo. Terminé amándolo y soñando con las partituras.
Eso es lo único que recuerdo. Lo único que he logrado recordar.
Elliot”
-¿Y este escrito?-preguntó enfundado en cuero negro, ocultando sus ojos de distinto color, así como sus cabellos dorados, tras un enorme sombrero.-¿Elliot?
-Tuve una visión después de ver un cuadro.-mascullé en un murmullo.-Un cuadro donde aparezco yo y también aparece una mujer a mi lado, una mujer de increíble belleza con una rosa entre sus manos.-alcé mi rostro de las partituras del piano y le enfrenté buscando su mirada oculta, al menos buscando un hueco en su alma.-¿Te gustan las rosas D? ¿Te gustan?
-No me disgustan.-respondió sentándose en el alfeizar de la ventana.
-Reconozco a un guerrero cuando lo veo.-dijo en un tono frío, severo y casi de desprecio.-Y tú no vales ni como hembra.
Era débil, no podía ni empuñar una espada. Tenía diez años. A esa edad uno tenía que convertirse en un hombre. Hoy en día no es así en las ciudades desarrolladas, aunque depende mucho del círculo en el que se muevan.
-Padre.-balbuceé cayendo de rodillas prácticamente llorando, mis manos estaban ensangrentadas y adoloridas.-No puedo más, no puedo más.
-¿Y qué será de ti cuando tengas que luchar por mi honor?-interrogó desafiante, tal vez buscando la garra que ocultaba tras mis ojos a punto del llanto.
-¿Y por qué debo luchar yo por su honor?-esa respuesta la pagué cara.
Me golpeó en el rostro y uno tras otro fueron cayendo los golpes sobre mi cuerpo. No recuerdo bien cuando paró, sí cuando desperté tres días más tardes aquejado de fiebres. Él se había marchado al frente y yo estaba siendo atendido por mi madre.
-¿Rosas?-pregunté al ver el jarrón de mi habitación, rosas rojas que parecían estar manchadas con mi propia sangre.
-¿Te gustan?-dijo apartando mis cabellos del rostro.-¿Te gustan mi ángel?
Él se había marchado a la guerra, al frente para luchar contra los infieles. Yo quedé a cargo de mi madre, tendría que convertirme en un valeroso guerrero. Sin embargo, el piano se interpuso entre la espada y el sudor. La dulce melodía del piano me hizo sentir vivo. Terminé amándolo y soñando con las partituras.
Eso es lo único que recuerdo. Lo único que he logrado recordar.
Elliot”
-¿Y este escrito?-preguntó enfundado en cuero negro, ocultando sus ojos de distinto color, así como sus cabellos dorados, tras un enorme sombrero.-¿Elliot?
-Tuve una visión después de ver un cuadro.-mascullé en un murmullo.-Un cuadro donde aparezco yo y también aparece una mujer a mi lado, una mujer de increíble belleza con una rosa entre sus manos.-alcé mi rostro de las partituras del piano y le enfrenté buscando su mirada oculta, al menos buscando un hueco en su alma.-¿Te gustan las rosas D? ¿Te gustan?
-No me disgustan.-respondió sentándose en el alfeizar de la ventana.
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