Se encontraba tumbado sobre un escritorio repleto de hojas arrugadas y de letra ilegible. A un lado estaba la última copa de vino que se llevó a sus labios, la botella rodaba por el suelo junto a otras tantas. El ambiente en la habitación era cargado, podías sentir la presencia de la podredumbre y el sudor en cada rincón. La ventana se encontraba abierta, pero no lograba airear aquel hedor típico de los cementerios.
¿Cuántos días había pasado? Su piel estaba mostrando la corrupción de su cuerpo. Sus cabellos tapaban sus ojos aún abiertos, sus labios tenían una expresión de terror supremo. No parecía una muerte dulce, sino todo lo contrario. Su camisa estaba hecha jirones y tenía sendas manchas de sangre. Sobre su cuello se encontraban dos profundas dentelladas, como si un animal hubiera mordido su garganta en busca de matar a su presa... como así hizo.
Y yo estaba allí con mi ropa impecable y mi sombrero de copa, listo para la ópera. Mi sonrisa era dulce, la de un caballero cortés frente a una dama, pero lo que encontraba observando, casi admirando con mesura, era la pista de mi creación. Tan desordenado, tan estúpido, tan joven...
-Han sido dos noches, tal vez una, con el calor se ha podrido antes.-dije antes de llevarme un pañuelo perfumado a la nariz.-Estás en la ciudad, puedo sentirte, y no estás lejos.-reí bajo girándome para salir de la habitación y descender los peldaños hacia la salida.
Lo encontré días después sollozando en un rincón de una de los barrios más inseguros de todo París. Había vuelto a París, mi París, y él estaba allí sollozando por ella. Me aproximé a él y le tomé del rostro. Tanto él como yo la echábamos de menos, era nuestra e inmortal, pero sabíamos que resurgiría de nuevo el brote de su hermosa flor... y en ese momento ambos estaríamos allí para cuidarla de nuevo, como siempre.
¿Cuántos días había pasado? Su piel estaba mostrando la corrupción de su cuerpo. Sus cabellos tapaban sus ojos aún abiertos, sus labios tenían una expresión de terror supremo. No parecía una muerte dulce, sino todo lo contrario. Su camisa estaba hecha jirones y tenía sendas manchas de sangre. Sobre su cuello se encontraban dos profundas dentelladas, como si un animal hubiera mordido su garganta en busca de matar a su presa... como así hizo.
Y yo estaba allí con mi ropa impecable y mi sombrero de copa, listo para la ópera. Mi sonrisa era dulce, la de un caballero cortés frente a una dama, pero lo que encontraba observando, casi admirando con mesura, era la pista de mi creación. Tan desordenado, tan estúpido, tan joven...
-Han sido dos noches, tal vez una, con el calor se ha podrido antes.-dije antes de llevarme un pañuelo perfumado a la nariz.-Estás en la ciudad, puedo sentirte, y no estás lejos.-reí bajo girándome para salir de la habitación y descender los peldaños hacia la salida.
Lo encontré días después sollozando en un rincón de una de los barrios más inseguros de todo París. Había vuelto a París, mi París, y él estaba allí sollozando por ella. Me aproximé a él y le tomé del rostro. Tanto él como yo la echábamos de menos, era nuestra e inmortal, pero sabíamos que resurgiría de nuevo el brote de su hermosa flor... y en ese momento ambos estaríamos allí para cuidarla de nuevo, como siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario