viernes, 15 de julio de 2011

La noche inadecuada



Desperté y no estaba. No había dejado nota, sólo su fragancia. Palpé la cama y noté una rosa, la tomé y la observé fijamente en la penumbra. Ella no estaba. Sólo tenía esa rosa con su aroma, un aroma cargado de pasión. Y ella lejos, tal vez descalza jugando con la locura bajo la lluvia torrencial.

Me levanté sintiéndome pesado, me angustiaba no tenerla aunque nunca la tuve. Estaba obsesionado y no sabía si eso podía deparar en amor, simplemente sabía que quería tenerla a mi lado para glorificarla.

Durante varias horas estuve caminando por la ciudad, sintiendo que cuanto más caminaba más pánico sentía. La soledad se cernía sobre mí como una capa hecha con grilletes. Y finalmente, la desesperanza hizo el resto. Me quedé inmóvil en medio de la calle, sin desear milagros y a la vez deseando que el cielo me abriera sus puertas con sus bendiciones.

-¿Qué buscas?-preguntó riendo mientras salía a mi encuentro.-¿Qué?

-A ti.-respondí.

-Tú sales solo en las noches, no dices dónde vas ¿y yo debo de aceptar quedarme esperando tu regreso?-dijo caminando hacia mí.-Al menos te dejé una rosa, para que te sintieras mecido por mis brazos.

-Olvídame.-dije llevándome las manos a la cabeza, me ardía que fuera así.

-Tú no puedes hacerlo conmigo ¿por qué yo contigo si? No le veo lógica alguna, querido.

-Porque yo no soy cruel contigo, juegas con mi mente y mis sentimientos. Pareces que fuego, pero quemas como el hielo. ¡Maldita seas! ¡Maldita!-grité sorprendiéndola.-¡No sabes la clase de monstruo que soy! ¡Difiere bastante a lo que te muestro! ¿Y sabes por qué lo hago? Porque estoy condenado a tener aspecto de príncipe y ser la bestia más horrible que puedas imaginar. Me gusta el sabor de la sangre, destrozar la vida de indeseables y a ves incluso de aquellos que se ganaron el paraíso. ¿Y por qué? ¡Por egoísmo! No quiero morir, quiero vivir eternamente y ver como el mundo cambia. Da igual si es a peor, como parece ser, o a un futuro brillante. Sólo quiero permanecer en él, permanecer con la belleza y los dones que me dieron. Y tú, tú perturbas mi vida. Hasta hace unos meses yo era feliz, era un hombre pleno a pesar de estar muerto. No me importaba no sentir más allá que brutal e insaciable placer. Pero llegaste, con tus carcajadas y tus curvas. Llegaste a mí y me envenenaste.

-¿Qué?-murmuró echando un paso atrás.

-¡Qué ya no puedo más!-grité.-¡No puedo echarte de mi vida! ¡No puedo tenerte! ¿¡Se puede saber qué maldición es esta!?

-No comprendo.

-No comprendes, por supuesto. Te hablo de locura, te hablo de amor. Por amor me he callado, por amor no te he herido. Y por amor estoy muriendo, muriendo lentamente en mis delirios. Yo sólo quiero que me abraces, sólo quiero sentirme un príncipe y dejar de ser un monstruo.-murmuré.-Quiero ser lo que pretendo ser, no lo que soy. Quiero ser el hombre, el príncipe... que te ofrezca como ofrenda sus sentimientos y tú me los correspondas. No es tanto lo que pido y a la vez es demasiado.

Ella se quedó callada, sus ojos mostraban confusión y terminó huyendo. Yo regresé a mi habitación subterránea, regresé a la soledad asfixiante de lo eterno.


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