lunes, 10 de octubre de 2011

Besos malvas al amanecer.

Me besaste con el pecado rojo de tus labios, ese pecado tan seductor como tu sonrisa. Me conmoviste con la dulzura de tu mirada, tan dulce como las fresas con nata que a veces me ofrecías. Eras el fruto prohibido de aquel jardín, pero yo no lo sabía y me enamoré en el primer instante en el cual cruzamos un “buenos días”. Como si fuéramos palabras sintéticas chocamos formando una oración, una plegaria con los brazos alzados al cielo y los ojos cerrados buscando la noche. Nos descubrimos sonriéndonos, sonrojándonos y besándonos con la mirada. Silencios incómodos tan necesarios, tan inconscientes.

-¿Hoy no me dices buenos días?-preguntaste en aquel cálido y tórrido atardecer, tan fucsia como tu falda malva.

-Te diré buenos días cuando te encuentre en mi cama, hoy puedo decirte adiós.

-¿Es una despedida? ¿O una invitación a tomar café entre tus sábanas?-interrogaste con una melancólica poesía en el parpadeo de sus pestañas.

-Es un hasta que nos volvamos a cruzar en este tímido mundo lleno de arrogantes e hipócritas.-soltaste una carcajada tan expresiva que me destrozaste.

Nos dijimos adiós con un polvo rápido de hadas en las camas desechas del ayer. Recuerdos que no volverán, como ese verano que se perdió cuando la primera hoja brotó castaña y no verde.

Jamás te olvidé, pero no recuerdo tu nombre... aunque sí tus falda malva.

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