Caminaba por la calle de forma distraída, hundido en mis propios problemas mientras buceaba en los recuerdos más dolorosos, cuando tropecé contigo. Escuchaba una vieja canción que siempre me hacía sonreír, así era fácil colocarme una máscara frente a todos y era capaz incluso de bailar con la hipocresía.
Recuerdo tus ojos clavándose en los míos. Ambos nos descubrimos llorando sin lágrimas, con una falsa sonrisa y unas disculpas que cortaron el silencio que cargábamos en brazos. El cielo estaba bañado en rojo, como si alguien hubiera matado al sol y su sangre manchara el fulgurante azul de un otoño casi verano.
Nos paramos a conversar. Tomamos tazas de verdad y de dolor. Dejamos que el puñal se enterrara y luego escuchamos música. Ignoro porqué pero comenzamos a sonreír de verdad. Una buena risotada se escapó de mis labios y otra tuya como respuesta. Dejamos que la locura nos enterrara vivos y después resucitamos más calmados.
Llorar y reír con extraños te hace más libre, más cercanos a realidades cotidianas que desconoces, y finalmente caes en un bucle de sentimientos encontrados. Finalmente extendí mi mano y te dije mi nombre, tú dijiste el tuyo, y quedamos en ser conocidos de desdichas y verdades.
El cielo ya no era rojo, sino negro, la Luna bailaba con las estrellas a ritmo de rock con acento diferente. El frescor del aire se sentía agradable, sobretodo en nuestras aún mojadas mejillas. Uno no llora eternamente, al igual que no sonríe. Aceptemos los encuentros agradables y las notas tristes.
Dedicada a Laura Romero
Recuerdo tus ojos clavándose en los míos. Ambos nos descubrimos llorando sin lágrimas, con una falsa sonrisa y unas disculpas que cortaron el silencio que cargábamos en brazos. El cielo estaba bañado en rojo, como si alguien hubiera matado al sol y su sangre manchara el fulgurante azul de un otoño casi verano.
Nos paramos a conversar. Tomamos tazas de verdad y de dolor. Dejamos que el puñal se enterrara y luego escuchamos música. Ignoro porqué pero comenzamos a sonreír de verdad. Una buena risotada se escapó de mis labios y otra tuya como respuesta. Dejamos que la locura nos enterrara vivos y después resucitamos más calmados.
Llorar y reír con extraños te hace más libre, más cercanos a realidades cotidianas que desconoces, y finalmente caes en un bucle de sentimientos encontrados. Finalmente extendí mi mano y te dije mi nombre, tú dijiste el tuyo, y quedamos en ser conocidos de desdichas y verdades.
El cielo ya no era rojo, sino negro, la Luna bailaba con las estrellas a ritmo de rock con acento diferente. El frescor del aire se sentía agradable, sobretodo en nuestras aún mojadas mejillas. Uno no llora eternamente, al igual que no sonríe. Aceptemos los encuentros agradables y las notas tristes.
Dedicada a Laura Romero
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