Me miras como si tuviera la culpa de todo,
incluso del fin del mundo que se avecina.
Tus cabellos de sangre caen sobre tu espalda,
ojos y labios, dándote aspecto salvaje.
Me hablas con desprecio impecable,
pero sé que en realidad me amas
y te ilusionas con mis toscas palabras mudas
por la belleza que deslumbra toda tu alma.
Sentado allí, en el borde de mi cama,
esperando que te eche de mi cuarto
y deseando quedarte para siempre,
dictas sentencia sobre mis sentimientos.
Desconoces tanto de mí y a la vez eres certero,
atraviesas con dagas precoces mi pecho
y me dejas sin habla, sin aliento y sin esperanzas.
Soy el pintor que te acaricia en sus lienzos, sólo eso.
Sabes que te deseo y yo sé que me necesitas,
pero el juego es difícil sin normas escritas
y terminas huyendo como cada noche
esperando que yo me consuma la locura.
¿Cuándo empezaste a cambiar mi vida?
Maldito seas mil veces, tú y tu joven cuerpo.
Malditos los recuerdos que me aplastan
y matan mi espíritu de adulto sin paciencia.
Había olvidado que era ser joven,
y lo costoso que podía llegar a serlo.
Tú me has conmovido sin decir una palabra
y me has hecho gritar esperándolas.
A ti, joven Amadeo.
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