Esclavos somos todos de nuestras acciones, 
líderes indiscutibles de desgracias y caídas.
Esclavos de la codicia y de la hipocresía, 
esa que nos avasalla y nos asalta en el camino.
Esclavos del amor, fariseos de la palabra.
Amantes indiscutibles de te quiero sin pasión, 
y de pasión sin decir ni una sola sílaba. 
Miramos con rencor y amamos a escondidas.
Esclavos somos todos de la filosofía. 
Esclavos de minutos y de palabras vacías, 
esas que se usan en preguntas sistemáticas 
y que respondemos como robot al uso.
Esclavos de mundos perversos, 
marionetas de madera y charol de otros tiempos,
que bailan al son del tambor de guerra 
y de la estupidez humana tan paupérrima. 
Esclavos del todo omnipotente y de la nada, 
de mundos que ni siquiera existen 
y de mentiras amargas bien ornamentadas.
Esclavos de un mal chiste en mala hora.
Esclavos hasta que llegue el momento 
y nuestros ojos se cierren liberando nuestra alma.
Esclavos de un cuerpo y de sus limitaciones, 
por ello vivimos en mundos de fantasía dogmática. 
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