La lluvia estremece dulcemente los
altos edificios,
aquellos que fueron construidos con
esqueletos de gigantes,
mientras la suave melodía de la
amargura
comienza a trepar por tus arterias
hasta tu corazón palpitante.
Abres tus párpados como aleteo de
mariposa,
giras tu rostro hacia la ventana y
observas
como la luna muere languideciendo
nuevamente
dejando atrás tu instinto humano para
convertirte en bestia.
La hora acordada ha llegado, rezarás
por tus ancestros,
y serás de nuevo el chaman de una
tribu perdida.
La hora acordada cae sobre tus hombros,
precipitadamente,
igual que la inocencia en los frágiles
niños de hoy.
Las gotas que se resbalan por tus
mejillas no es lluvia,
es el rocío del dolor, el cual se abre
paso en tus costillas.
Las viejas heridas desquebrajan tu piel
tersa y bronceada.
Los ojos felinos aparecen y el lamento
escuece una vez más.
La soledad todo lo cubre, como si
fueran caricias de una madre oscura,
y recuerdas la hierva recién cortada
que jamás pisaste.
No existe la piedad, como no hay mundo
hermoso ni esperanza.
Sólo hay un gran vacío en tu corazón,
como en el de todos.
Los altos tejados están repletos de
felinos como tú,
humanos y bestias que se conjugan hasta
ser uno.
Eres libre en tu jaula, pues esta es
invisible.
Hoy cortarás los hilos para poder al
fin conocerte a ti mismo.
Junsu...
noble y fiero Junsu.
Negro, porque eres negro. De piel suave
y ojos ámbar.
Negro, pelaje negro. De nariz negra y
cuerpo pequeño.
Maúlla una vez más, alza tu grito de
guerra
y conviértete en la fiera indomable...
la pantera.
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