Tus frías manos conjugan caricias de
hielo,
mientras tu corazón de cristal es
fuego,
como el fuego de tus cabellos y el de
tus ojos dispares.
La vida crece a tu alrededor y tú te
marchitas.
Los ideales que una vez se anclaron a
tus labios
hoy son cenizas de claveles rojos.
Tu mentón se aprieta mientras tu alma
se agita,
eres el templo de la rectitud.
Tú que revolucionaste el extenso cielo
azul,
el hombre del espacio que acogió la
pasión
y la dejó ir con tacones de aguja,
poco a poco, despreciándola.
Eres el niño que maduró con gesto
demasiado torcido.
Tu alma no alberga esperanza alguna,
ni siquiera podría despertarla un beso
cálido.
La montaña más alta, eso eres.
Te has cobrado vidas inocentes por tu
imparcialidad.
Buscas en el cielo una respuesta que ya
llegó,
tus plumas rojas se confunden con la
llama
que una vez coronó la punta de tu fina
lengua.
Dios de los infiernos, ángel real y
forastero espacial.
La tela de araña de tu léxico
laborioso y técnico
es sin duda una prueba de tu debilidad.
Eres fuerte, firme y blando bajo tu
túnica,
esa que envuelve tu blanco cuerpo, hay
un trozo de esperanza
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