sábado, 27 de abril de 2013

Estupidez humana




Un día de primavera sentí que alguien tocaba a mi puerta. Yo aún estaba en la cama, cubierto con mi sábana de franela y con el pijama de cuadros rojos que siempre me había encantado. Al mirar el reloj vi que era tan sólo las ocho de la mañana de un sábado. Nadie llamaba a esas horas un día no laborable pero, aún así, sopesé si podía ser alguien importante en mi vida, como un buen amigo que me visitaba por sorpresa para desayunar en una de los numerosas cafeterías de mi barrio.

Me levanté colocándome las babuchas grises que tan cómodas eran para caminar por la casa, e incluso para salir al jardín en los días fríos, y fui hasta la puerta colocándome bien el cabello y buscando con la mirada mi gruesa bata. Cuando quedé frente a la puerta de nuevo escuché el timbre, pero al mirar por el pequeño agujero de la mirilla no encontré a nadie.

-Que extraño- me dije- Quizás fue sólo imaginaciones mías.

Por supuesto me di la vuelta y decidí volver a la cama, pues aún era temprano para repasar apuntes y estudiar sobre mis ensayos. Sin embargo, el timbre sonó y la puerta tronó. Recordé a los fantasmas, ellos podían ser así de traviesos despertando a todos y jugando con las mentes más sanas.

-¿Quién es?-pregunté alzando la voz para que pudiese escucharme el invidivudo, o individuos, tras la puerta.

-¡Soy alguien importante! ¡Soy el motivo de desprecio! ¡El grito de la tontería! ¡Soy la estupidez! Y aunque suelo visitar a jóvenes también me gusta ver a los ancianos, hombres y mujeres de mediana edad e incluso a los animales. ¿Por qué no me abres? Podemos salir a jugar.

-Porque no lo deseo- respondí molesto torciendo los labios y cruzando los brazos-. La estupidez no me hace bien.

-¡Ah! ¿No te hace? ¿Por qué no?

-Porque uno cree tener razón cuando no la tiene, olvida principios, hace llorar a otros e incluso a uno mismo y por supuesto nunca trae nada bueno. Ser estúpido significa ser poco leído y haber vivido poco. La estupidez es sinónimo de inmadurez y de no reconocer errores.

-¿Entonces es un no?-preguntó con voz al borde del llanto.

-¡Es un nunca!-grité marchándome a la cama.  

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