Un día de primavera sentí que alguien
tocaba a mi puerta. Yo aún estaba en la cama, cubierto con mi sábana
de franela y con el pijama de cuadros rojos que siempre me había
encantado. Al mirar el reloj vi que era tan sólo las ocho de la
mañana de un sábado. Nadie llamaba a esas horas un día no
laborable pero, aún así, sopesé si podía ser alguien importante
en mi vida, como un buen amigo que me visitaba por sorpresa para
desayunar en una de los numerosas cafeterías de mi barrio. 
Me levanté colocándome las babuchas
grises que tan cómodas eran para caminar por la casa, e incluso para
salir al jardín en los días fríos, y fui hasta la puerta
colocándome bien el cabello y buscando con la mirada mi gruesa bata.
Cuando quedé frente a la puerta de nuevo escuché el timbre, pero al
mirar por el pequeño agujero de la mirilla no encontré a nadie. 
-Que extraño- me dije- Quizás fue
sólo imaginaciones mías.
Por supuesto me di la vuelta y decidí
volver a la cama, pues aún era temprano para repasar apuntes y
estudiar sobre mis ensayos. Sin embargo, el timbre sonó y la puerta
tronó. Recordé a los fantasmas, ellos podían ser así de traviesos
despertando a todos y jugando con las mentes más sanas. 
-¿Quién es?-pregunté alzando la voz
para que pudiese escucharme el invidivudo, o individuos, tras la
puerta.
-¡Soy alguien importante! ¡Soy el
motivo de desprecio! ¡El grito de la tontería! ¡Soy la estupidez!
Y aunque suelo visitar a jóvenes también me gusta ver a los
ancianos, hombres y mujeres de mediana edad e incluso a los animales.
¿Por qué no me abres? Podemos salir a jugar. 
-Porque no lo deseo- respondí molesto
torciendo los labios y cruzando los brazos-. La estupidez no me hace
bien. 
-¡Ah! ¿No te hace? ¿Por qué no?
-Porque uno cree tener razón cuando no
la tiene, olvida principios, hace llorar a otros e incluso a uno
mismo y por supuesto nunca trae nada bueno. Ser estúpido significa
ser poco leído y haber vivido poco. La estupidez es sinónimo de
inmadurez y de no reconocer errores.
-¿Entonces es un no?-preguntó con voz
al borde del llanto.
-¡Es un nunca!-grité marchándome a
la cama.  
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